lunes, 24 de noviembre de 2008

Escaleras


ESCALERAS

Estoy apurado, tengo que entrar al trabajo, de nuevo estoy llegando tarde, ayer entré siete minutos tarde, hoy creo que van a ser doce minutos, es inconcebible, ¡me van a echar!, ¿que voy a hacer?, ¿dónde voy a conseguir otro trabajo?. Salgo corriendo, aprieto el botón del ascensor con furia, el ascensor no viene, aprieto, aprieto, aprieto y aprieto, le doy una patada, el ascensor no viene, grito enojado ASSSSSSSSSCEEEEENSORRRRRRRRR, mis dientes crujen, mis músculos se tensan, las venas de mis ojos se hinchan, ASSSSSSSSSCEEEEEENSORRRRRRRRRRRRRRR, y el ascensor no viene. Llego tarde, llego tarde, me voy corriendo por las escaleras, olvidé atarme los cordones de mis zapatos, me tropiezo y caigo por las escaleras, quedo postrado en el descanso que hay entre el sexto y el quinto piso. No me puedo mover, creo que me rompí la columna, no siento mis piernas, no voy a llegar a mi trabajo, de hecho no voy a poder trabajar. Todo mi horizonte esta conformado por las escaleras, para arriba, para abajo, para los costados, solo escalones, paredes y barandas. Podría gritar para que me ayuden pero no tengo ganas, ya no tengo prisa, es más, la prisa es algo que voy a tener que suprimir en mí por la imposibilidad de cumplir con esa prisa, creo que todavía no tomo consciencia de que estoy paralítico, de que no puedo salir de las escaleras. Sólo se que no quiero pedir ayuda, sólo quiero quedarme un rato tranquilo, pensando, tal vez deba quedarme aquí para siempre.
Ahora tengo tiempo, ese tiempo que, paradójicamente, buscaba corriendo, con la creencia de que resolviendo cosas a diez mil revoluciones iba a ganar tiempo, ese tiempo que decía querer para mi, para pensar, y corría tras él, y ahora lo tengo sólo a través de haberme roto la columna, de quedar paralítico, ese tiempo que tanto deseaba y ahora no lo quiero, no así. Sigo postrado en las escaleras, me vienen muchos recuerdos relacionados con el lugar donde estoy, creo que es inhebitable ver las cosas y analizar las cosas siempre desde el lugar donde uno está, creo que es estúpido culpar a alguien de ser egocéntrico, tal vez se le pueda decir que es demasiado sincero, pero no culparlo de ser egocéntrico, me parece que cuando critico a alguien de ser egocéntrico no estoy más que criticándome por no pensar en mi lo suficiente. Estas escaleras me recuerdan a las del departamento de Bacacay, marrones, sucias, en realidad nunca terminé de definir si eran más sucias que marrones, o más marrones que sucias, poca altura entre los escalones, que se disponen como un abanico a medio abrir, anchos en la punta que da a la pared, muy finos en la otra punta, de verdad que son peligrosos. Recuerdo que las escaleras de Bacacay, donde nos juntábamos a tomar cerveza y a fumar con mis amigos, tenían olor a futuro, a libertad, a planes, a amistad, claro, fueron dos años de juntarnos casi constantemente en esas escaleras para sembrar ese aroma. Cada cual ya sabia que escalón le correspondía y nos juntábamos luego del colegio ahí, para hacer planes, para reírnos unos de otros, para pelearnos, para querernos, pero sin demostrarlo mucho. Quemábamos las horas entre cigarrillos, maldades e inocencias, y las colillas las apagábamos en los escalones, que eran ideales para apagar colillas, de cemento, apenas pintados con lo que parecía ser una pintura que había sobrado, muy diferentes, casi opuestos a los escalones de mármol blanco de la Facultad, firmes, soberbios, gigantes, pulcros, opresores, fríos, con aroma a estancamiento, a sueños que se empiezan a diluir en realidades. Estos se parecen más a los de mi trabajo, infinitos, pareciera que mientras dejas unos atrás alguien agrega por delante el doble de los que pasaste, y se van volviendo cada ver mas musgosos, y al mismo tiempo más firmes. Que distintas estas escaleras a las escaleras de madera de la casa en el campo, donde me críe. Aquellos escalones sabían a un abuelo que te protegía, a rocío en el amanecer, a cielos sin horizonte. Te daban refugio cuando alguna tormenta peligrosa acechaba. Y era pasar por ellos para luego tirarte de la ventana del granero para caer en una montaña de paja, en esas distancias que parecían precipicios, y hoy no son más que un saltito, un paso, un escalón no puesto.
Escucho el ascensor, alguien viene, el ascensor para justo en el quinto piso, le grito, le grito, ayuda, ayuda, pero nadie responde, creo que no escuchan mi vos, es más, yo tampoco la escucho, no se si mi vos salió, trato de mirar para abajo y veo unas cataratas de sangre que recorren los escalones hacia el lado del quinto piso. Alguien viene, es una chica, me ve y grita desesperada, ayuda, ayuda, me asusta como grita, ni siguiera yo que estoy en peor situación grite con tanta desesperación, bien hacia mi un tipo que salió de algún lado, no se de donde, me mira, yo le quiero hablar y explicar, pero no puedo, el tipo apoya su oído en mi pecho, le levanta, me mira con un dejo de tristeza, con un dejo de alegría, y con un dejo de culpa, hace el signo del crucifijo mirándome fijo, ¡este tipo esta loco!. Pasa un rato y se junta un montón de gente que me mira, nunca había sido tan popular, bien un policía, por fin, piso, alguien que esta acostumbrado, que no se impresiona tanto, el policía comienza a poner unas fajas de NO PASAR alrededor mío, ¿no le parece que esta exagerando oficial?. Luego vienen dos médicos, un fotógrafo, el fotógrafo me saca fotos, los médicos me tocan y no puedo hacer nada, bien otro policía con una tiza y comienza a remarcar mi contorno, otro policía luego me levanta, me pone en una camilla y me tapa con una bolsa.