jueves, 2 de octubre de 2008

Los que piensan y hacen


LOS QUE PIENSAN Y HACEN


Yo estaba engripado, sentado en el colectivo, atrás de todo, donde se sientan los tímidos-paranoicos-controladores, con la seguridad de que nadie me pueda mirar sin que yo lo perciba. El colectivo paró y bajo un tipo por la puerta de atrás, como corresponde. El colectivo arrancó y el chofer se olvidó de cerrar la puerta. Justo agarró por la avenida sin tráfico, altas velocidades, mucho viento entraba por la puerta. Pero yo no iba a gritar “Chofer la puerta”, eso de gritar “chofer la puerta” es para los que tienen reservada una banca en el senado, o manejan una empresa, o algo así. Los que son como yo solo gritamos “chofer la puerta” cuando no nos queda otra, cuando no anda el timbre y tenemos que bajar si o si por que ya nos hemos pasado unas cuadras de la parada donde nos teníamos que bajar, dejando atrás la esperanza de que el timbre se arregle solo.
Ese viento me estaba matando, pero no iba a decir nada, estaba marcado en mi naturaleza eso de no decir nada, ¿estaba marcado en mi naturaleza?..., y me quede pensando en ello, abstraído de todo. Resolví a trabes de mi pensamiento que debía gritar “chofer la puerta”, pero justo vi que la próxima parada era la mía. Así que toque el timbre, me baje y me fui a mi casa.
¿Estará el mundo dividido entre las personas que piensan y las personas que hacen?, me preguntaba. Y las personas que hacen son pobres en su pensamiento, y las personas que piensan son pobres en su hacer. Las personas que hacen, hacen cosas que los que piensan ven como estupideces, por que ellos en su pensar las harían mejor. Las personas que hacen no piensan que podrían hacer las cosas mejor, las hacen y punto. Entonces hay dos mundos, el mundo de los que piensan, y el mundo de los que hacen, y juntos conforman el mundo de los que piensan y hacen. A simple vista parece un mecanismo atractivo, “los que piensan y hacen”, pero el problema es que no se trabaja en conjunto, los que piensan van por un lado y los que hacen van por otro. Los que hacen van acorralando a los que piensan con sus construcciones, y los que piensan van acorralando a los que hacen con sus construcciones, como enemigos de distintos bandos, con esa extraña capacidad que tenemos de armar conjuntos que se auto limitan, manadas, por que al fin y al cabo no hemos perdido ese principio de supervivencia animal de destruir y aniquilar todo lo distinto. Se me ocurre que también entra en juego la sensibilidad, pero eso sería otro capítulo, supongo que los que piensan también se ven un tanto paralizados por una sensibilidad más a flor de piel, por pensar demasiado en la consecuencia de sus actos, y los que hacen deben tener la trabajosa tarea de barrer todos los días los restos de su sensibilidad bajo la alfombra de los hechos concretos y palpables.

soledad


SOLEDAD

“Lo único que el hombre debe buscar es armonía”, dijo enfáticamente y tomó otro sorbo. Una pausa, miró hacia el piso, que reposaba en el fondo de aquel cuarto oscuro, volvió del piso con el dedo índice en alto y la frente arrugada, “todo lo demás es pasatiempo y aburre”, repuso y se quedó pensando lo que decía. Sirvió más tinto en el baso, tomó un sobro que mantuvo en su boca sin tragar, apoyó el baso en la repisa, y saboreando el fiel tinto volvió a mirar hacia el piso. No había nadie, se hablaba a si mismo, el cuarto era acústico y oscuro. Piso de madera, luz de vela, nada de ventanas, las palabras quedaban encerradas en el ambiente y despojaban al oxígeno, solo respiraba sus palabras. Sesenta y cinco años, una repisa, tres botellas de tinto, dos vacías, un baso, pensamientos, palabras y cigarrillos. “!Una vida intensamente vivida es la garantía de mis palabras!”, volvió del piso hacia el techo casi enojado, como si alguien en su cabeza le hubiese pedido títulos que le den autoridad para afirmar conceptos. Y continuó, “estas arrugas son mi armadura, estar cicatrices (comenzó a señalar las cicatrices) dicen que estuve frente a frente con la muerte, estos párpados rojos dicen que he llorado mucho, estas fotos dicen que también he sabido ser feliz (sacó unas fotos de su camisa en las que se veía a una familia sonriente). ¡Claro que supe ser feliz!”. Y se quedó mirando las fotos, luego las tiró a un costado, bebió un trago y volvió al piso. Parecía que sacaba los pensamientos del suelo, como si fuesen clavos, tiraba, tiraba, y luego quedaba apuntando al techo, al cielo, a dios, a quien sea. Volvió del piso, de nuevo al techo, pero más calmo que antes “... felicidad....”, y se quedó pensando, “...felicidad..., ¡también aburre!. Nos movemos por aburrimiento. Ni siquiera nos deprimimos, solo nos aburrimos de estar felices, contentos, y nos ponemos tristes. A propósito brindamos el espacio para la tristeza, y cualquier hecho, por mas que sea un hecho que pensado de otra forma nos podría alegrar, lo pensamos de una manera que llena ese espacio que le dejamos a la tristeza. Como si fuésemos entregadores, pero no asesinos. ¡Cuanto nos gusta mentirnos!. Creamos dioses, los matamos, volvemos a crear dioses, los matamos, y así. Afirmamos, ¡a mi tal cosa me va a dar la felicidad eterna!, la logramos y luego nos aburrimos como un niño con sus juguetes”. Siguió mirando hacia arriba sin hablar, pensando, y luego sacó una conclusión, y arrugando toda su cara volvió a las palabras, “Solo nos movemos por aburrimiento, justificamos nuestros cambios de mil formas, pero en el fondo lo único que nos hace cambiar es el aburrimiento, si salimos de una depresión es por que nos aburrimos de ella, si nos deprimimos de nuevo es por nos aburrimos de estar bien. Lo único que esta por encima de todo es la armonía, eso espero al menos. El estado de armonía anula todo, desconoce todo lo que esta por debajo, ni si quiera lo ve por debajo, simplemente no lo ve. El estado de armonía es y punto, y cuando es de verdad, cuando no es otra mentira más impuesta, es todo, y todo lo nutre”. Tomó otro trago y volvió al piso. Luego de un instante volvió hacia el techo pero no dijo nada. Iba a decir algo pero se detuvo, volvió al piso como vencido, quedó allí por media hora. Volvió hacia el techo y de nuevo se detuvo, no dijo nada. Se sirvió más tinto, tomo y volvió al piso. Se largó a llorar desesperado, el llanto lo canso y se fue durmiendo.
Al otro día se levantó, se lavó la cara, cepillo sus dientes, se peino, se vistió, tomo unos mates, y se fue a trabajar, aún tenía que trabajar. Llegó al trabajo, se saludó con sus compañeros, “¿cómo estas?”, le preguntó Beni, “Bárbaro”, dijo sonriendo y se puso a trabajar.

Cuento


CAMPEONATO DE FUTBOL INFANTIL

Desde que terminó ese campeonato de fútbol infantil no pude conciliar la pérdida de esos días de gloria. En realidad el campeonato no terminó, yo no pude participar más en el por la simple culpa de cumplir años. Había terminado séptimo grado y pasado a la secundaria, y el campeonato era intercolegial, solo para alumnos de primaria. También lo jugaban un grupo de padres, pero para esa instancia me faltaba mucho. No tenía novia y no entendía bien eso del sexo, meter el pito en una concha y moverse ridículamente, esa era mi visión.
En aquel patio del colegio donde se jugaba el campeonato intercolegial yo era la atracción, jugaba muy bien al fútbol. Los de mi equipo me admiraban y se sentían tranquilos al verme, los contrarios me odiaban pero era odio con admiración, creo que disfrutaba más las miradas de admiración con odio que las miradas de admiración con relajación. Los padres, con esa característica de aplastar futuros, decían “este va a llegar lejos”, y también me admiraban. Mi pecho inflado entraba por esa puerta de doble hoja del patio de la escuela hacia un universo donde yo era el sol. “Ahí viene el sol” decían y se tiraban en la arena como turistas a disfrutar mi radiación.
Pero esos días habían terminado y de repente no alcanzaba con jugar bien al fútbol para que todo este resuelto. Había que estudiar, había que elegir una carrera, recta, larga, llena de cemento. Y a mi me gustaba jugar, en el pasto, discontinuo, verde, con rocío. Pero bueno, los mayores decían que elegir mi carrera era una de las decisiones más importantes de mi vida. En pocas palabras me explicaban que en esa decisión y su realización efectiva, estaba en juego la felicidad para toda mi existencia. Ahí fue cuando escuche por primera vez la palabra “fracaso”, “no querrás ser un fracasado”, decían las voces adultas, las voces de personas conformes con su realidad, que habían sabido escapar del fantasma del pasado para estar conformes con su realidad. Pero yo quería jugar y no entendía muy bien que era eso de fracaso, menos si los que pronunciaban esa palabra tenían olor a muerte. “Como este tipo con olor a muerte, con los hombros caídos, me viene a dar un consejo”, pensaba mientras hacía que escuchaba respetuosamente y agradecido.
La cosa es que tenía que elegir un colegio que estuviese relacionado con lo que quería hacer. Mi gran amigo, hermano del alma, inseparable por los días de los días, amen, Julián, se había anotado en un colegio (X). Nunca supe el nombre de ese colegio, pero Julián se había anotado ahí, así que yo me anoté, yo quería jugar, y con Julián nos divertíamos mucho. En ese colegio nos empezaron a hablar de la flora y la fauna en oriente, de que para despejar la x la teníamos que pasar al otro lado y encontrar su valor, de que Sarmiento era un gran tipo, que la música era Alejandro Lerner, que la constitución era fundamental para la sana relación entre las personas de la sociedad, etc. Luego nos ponían un puntaje por repetir correctamente esas cosas, y ese puntaje te hacia ser o no. Yo no era, yo quería jugar, y más que esperar la paz en el mundo esperaba el sonido del Rin que decía que podíamos salir de esa celda. A mi eterno amigo Julián le interesaba lo que decía esa gente, empezó a fruncir el ceño y a leer libros. Ya no quería ratearse con migo, y me instaba a estudiar. Poco a poco me empece a separar de mi amigo eterno. En el colegio me aburría así que empece a acumular amonestaciones, hasta que definí el asunto tirando a un pibe por la escalera producto de una pelea. Me echaron. Mi madre fue al colegio para hablar con la directora, en mi presencia. La directora tenía peluca, olor a crema, muchas arrugas de tensión, y su dentadura postiza se movía cuando hablaba, cuando le decía a mi madre lo malo que yo era. Mi madre acariciaba mi mano con mucho afecto, en sus caricias me decía “tranquilo negrito que ya te saco de acá”. Puteó a la directora mientras a esta se le caían de su boca las palabras ética y moral. Y me saco de ese colegio. A nadie le pude explicar que yo no había querido tirar a ese chico, es más, que simplemente nos estabamos peleando por que el me quería pegar, de echo me pegó, entonces yo le pegue a él, me pareció justo, y el muy torpe tropezó con otro chico, entonces calló por la escalera. Tampoco les quise hablar de que las amonestaciones anteriores eran toas por no estar en clase, nada más, y que eso era culpa de ellos, no mía, solo daban discursos en las clases, no compartían nada, no transmitían nada, solo daban discursos. Y los daban con una espada en mano, “verdad”, a mi esa espada me daba miedo, yo siempre había jugado con espadas de plástico, que se derretían al calor, pero su espada era tan sólida, tan terminante, que me daba realmente mucho miedo. En fin, chau ese colegio, chau Julián, chau directora con olor a crema. Me sentí fracasado por lo que sucedió en ese colegio, mi felicidad futura tambaleaba.
Como extrañaba mi campeonato de fútbol infantil, yo quería ser sol. Pero parece que era un ex convicto, mi madre salió a buscarme colegio con urgencia, no quería que pierda el año, pero parece que yo era un ex convicto, ningún colegio me aceptaba. Leían mi expediente y me cerraban la puerta de sus instituciones educacionales. Yo veía a mi madre correr, bañarse y salir corriendo, tomar unos mates y salir corriendo, hablar por teléfono y salir corriendo. A buscarme colegios, a su trabajo, a hacer las compras. Yo la veía correr desde mi cama, mientras rebotaba una pelota de plástico contra la pared. Realmente me había convertido en un ex convicto, en un fracasado, no quería salir a ver la gente, no era sol, ni siquiera luna. A duras penas mi madre consiguió un colegio, donde aceptaban a cualquiera, donde íbamos a parar todos los ex convictos como yo, un colegio que no le cerraba las puertas a nadie. Mi mama estaba muy contenta de que yo fuese a ese colegio. Sonreía con la boca grande, con los dientes blancos, mientras tomaba unos mates sin prisa. Yo me alegré tan solo con su alegría, por ella decidí reinsertarme en la sociedad. Así que puse lo mejor de mí y fui a ese colegio, que estaba repleto de hijos de Psicólogos. Terminé bien el año, pasé al otro año con dificultad pero pasé. Me hice amigos y enemigos, estaba otra vez en el ruedo.
Pasaron dos años y me aburrí de nuevo, la libertad que se respiraba en ese colegio llegó a ser tan impuesta, tan ley, que se volvió una prisión. Repetí tercer año. Lo empece de nuevo y lo volví a repetir. En otras casas había escuchado “estudio o trabajo”. Así que hice saber que quería trabajar. “Bueno, es tu decisión”, me dijo mi madre con la lagrima contenida.
En el trabajo me trataban mal, por que me daban dinero creían justo robarme el alma, y me la fueron robando. El mundo se volvió un lugar difícil, las personas que antes creía puras, buenas, se volvieron aves de rapiña. Todos querían plata y coger, coger y plata, poder, poder, y hacían cualquier cosa para conseguirlo. Así que no salí de mi casa por un año y medio. Miraba tele, fumaba, comía, dormía, y me preguntaba que había pasado, quien era yo realmente. Me costaba el contacto con las personas, era un fracasado, a tal punto que empece a no poder relacionarme con mis seres queridos. Me ponía colorado, los veía tan gigantes con sus logros, y yo no tenía nada para decir, no tenía logros para defender, entonces callaba y me enquistaba. Como extrañaba mi campeonato de fútbol infantil, en mi mente repasaba mis años de gloria, ya había arruinado mi futuro, con dieciocho años ya había arruinado mi futuro, así que no quedaba más que repasar mis años de gloria.
En la tele escuché a un sabio con barba larga y blanca, que decía “en la vida no tiene que encontrar lo que le gusta y hacer todo lo posible para tenerlo”. Utilicé las matemáticas que me habían enseñado para resolver el problema. Yo quiero volver al campeonato infantil – ya no soy infantil + aunque sea quiero volver como grande – no tengo novia ni proyecto de ser grande + buena apariencia tengo = Tengo que conseguir una novia para buscar ser grande y poder volver al campeonato. Y volví al ruedo, volví a la sociedad, al colegio, también trabajo. Tenía un fin, tenía un majar al cual perseguir, un dios que me guiaba. Terminé el colegio, en el trabajo me desempeñaba bien, me enamoré de una chica y ella de mí, constituimos una pareja, teníamos amigos y nos llevabamos bien con la familia. Tenía responsabilidades de adulto y cumplía bien con ellas, tenía dinero y lo sabia administrar, cuidaba a mi esposa, ya se había convertido en esposa. Nos habíamos ido a vivir juntos. Me anoté y terminé la carrera de contado, empece a tener más dinero. Viajé por el mundo, mi cerebro se expandió, mis responsabilidades crecían y yo cumplía con ellas, estaba pleno y me olvidé de mi campeonato de fútbol infantil, mis prioridades eran otras.
Pero me aburrí de la felicidad, empezó a ser tan constante, tan impuesta, tan ley, que parecía una prisión. Mi esposa también empezó a aburrirme, le daba mucha importancia a cosas que para mi no tenían mucho sentido. Empece a verla como la culpable de todo lo que no pude hacer, y la responsable de que haya hecho todo lo que hice. Me separé. En mi trabajo un cliente me dijo que necesitaba la liquidación de una cuenta para ayer, así me dijo “para ayer”, haciendo una ironía que yo entendí perfectamente, pero que fingí no entender. “Hay una cuestión espacio-temporal que no permite que cumpla con lo que me pide” le dije. Y se enojó, en la comisura de sus labios tenía algo blanco, era calvo y ojeroso, solo le importaba el dinero. “Si para mañana no tengo la liquidación no soy más su cliente”, me dijo. Yo quería jugar, estaba aburrido, así que le dije “si en treinta segundos no abandona mi despacho loe pego in tíro en la frente”, y saqué en revolver de juguete que tenía en un cajón. El tipo se fue, no quiso jugar, ninguno de mis clientes quería jugar, y me fundí.
Como extrañaba mi campeonato infantil de fútbol, ese lugar donde fui sol, donde la armonía era mi amiga y no una palabra incrustada en el diccionario.
Volví a la casa de mi madre, fracasado. Hacía algunos que otros trabajos como para aportar algo de dinero en lo de mi madre, con ex clientes que decían que me querían, pero en realidad apreciaban lo barato que cobraba las administraciones mi baja autoestima.
Luego de cuatro mese mi ex mujer me dijo que estaba embarazada, y que en pocos meses más yo iba a ser padre. Me alegré muchísimo. Mi hijo nació lindo y sano. Yo estaba muy contento. Me llego una carta documento que decía que a mi hijo solo lo podía ver tres veces a la semana, y que a mi ex le tenía que dar mucho dinero. Así que busqué y encontré clientes, me mudé solo, le daba plata a mi mujer, quería mucho a mi hijo y esperaba con ansias que entre a la escuela primaria.
Por fin llegó el momento, segundo grado de mi hijo, citación a reunión de padres, mi ex no podía asistir, fui yo. Los padres hablaban de cosas serias sobre la educación, yo me aburría, los dejaba hablar, y hasta boté algunas cosas. Terminaron de debatir, “¿queda algo más por tratar?”, dijo un padre que había tomado la palabra por que tenía el mejor traje. “!Si!, ¿cómo vamos a hacer con el equipo de fútbol de padres?”, pregunté entusiasmadísimo y todos me miraron raro. Mi felicidad estaba en juego y todos me miraron raro, una vida estaba en juego, y todos me miraron raro. “No se”, dijo el tipo de traje con cara de antifutbol, “encárguese usted si quiere”. Formé el equipo de padres, encontré a otros iguales a mi, parecía que habían esperado ese momento por años. Salimos campeones, pasaba mucho tiempo con mi hijo, yo era su ídolo, aún jugaba bien. Mi ex quería que vulva con ella, y volví para estar más con mi hijo y con ella, que realmente la extrañaba. En fin, recuperé mi trabajo, tenía una buena familia, era el encargado de deportes del colegio, en mi trabajo me iba muy bien, estaba pleno. Pero con el tiempo me empece a aburrir, todo se volvió tan constante, tan impuesto, que se volvió una celda en una prisión. Como extrañaba a mi amigo Julián, ¿dónde estaría mi amigo Julián?, me preguntaba.