jueves, 2 de octubre de 2008

Cuento


CAMPEONATO DE FUTBOL INFANTIL

Desde que terminó ese campeonato de fútbol infantil no pude conciliar la pérdida de esos días de gloria. En realidad el campeonato no terminó, yo no pude participar más en el por la simple culpa de cumplir años. Había terminado séptimo grado y pasado a la secundaria, y el campeonato era intercolegial, solo para alumnos de primaria. También lo jugaban un grupo de padres, pero para esa instancia me faltaba mucho. No tenía novia y no entendía bien eso del sexo, meter el pito en una concha y moverse ridículamente, esa era mi visión.
En aquel patio del colegio donde se jugaba el campeonato intercolegial yo era la atracción, jugaba muy bien al fútbol. Los de mi equipo me admiraban y se sentían tranquilos al verme, los contrarios me odiaban pero era odio con admiración, creo que disfrutaba más las miradas de admiración con odio que las miradas de admiración con relajación. Los padres, con esa característica de aplastar futuros, decían “este va a llegar lejos”, y también me admiraban. Mi pecho inflado entraba por esa puerta de doble hoja del patio de la escuela hacia un universo donde yo era el sol. “Ahí viene el sol” decían y se tiraban en la arena como turistas a disfrutar mi radiación.
Pero esos días habían terminado y de repente no alcanzaba con jugar bien al fútbol para que todo este resuelto. Había que estudiar, había que elegir una carrera, recta, larga, llena de cemento. Y a mi me gustaba jugar, en el pasto, discontinuo, verde, con rocío. Pero bueno, los mayores decían que elegir mi carrera era una de las decisiones más importantes de mi vida. En pocas palabras me explicaban que en esa decisión y su realización efectiva, estaba en juego la felicidad para toda mi existencia. Ahí fue cuando escuche por primera vez la palabra “fracaso”, “no querrás ser un fracasado”, decían las voces adultas, las voces de personas conformes con su realidad, que habían sabido escapar del fantasma del pasado para estar conformes con su realidad. Pero yo quería jugar y no entendía muy bien que era eso de fracaso, menos si los que pronunciaban esa palabra tenían olor a muerte. “Como este tipo con olor a muerte, con los hombros caídos, me viene a dar un consejo”, pensaba mientras hacía que escuchaba respetuosamente y agradecido.
La cosa es que tenía que elegir un colegio que estuviese relacionado con lo que quería hacer. Mi gran amigo, hermano del alma, inseparable por los días de los días, amen, Julián, se había anotado en un colegio (X). Nunca supe el nombre de ese colegio, pero Julián se había anotado ahí, así que yo me anoté, yo quería jugar, y con Julián nos divertíamos mucho. En ese colegio nos empezaron a hablar de la flora y la fauna en oriente, de que para despejar la x la teníamos que pasar al otro lado y encontrar su valor, de que Sarmiento era un gran tipo, que la música era Alejandro Lerner, que la constitución era fundamental para la sana relación entre las personas de la sociedad, etc. Luego nos ponían un puntaje por repetir correctamente esas cosas, y ese puntaje te hacia ser o no. Yo no era, yo quería jugar, y más que esperar la paz en el mundo esperaba el sonido del Rin que decía que podíamos salir de esa celda. A mi eterno amigo Julián le interesaba lo que decía esa gente, empezó a fruncir el ceño y a leer libros. Ya no quería ratearse con migo, y me instaba a estudiar. Poco a poco me empece a separar de mi amigo eterno. En el colegio me aburría así que empece a acumular amonestaciones, hasta que definí el asunto tirando a un pibe por la escalera producto de una pelea. Me echaron. Mi madre fue al colegio para hablar con la directora, en mi presencia. La directora tenía peluca, olor a crema, muchas arrugas de tensión, y su dentadura postiza se movía cuando hablaba, cuando le decía a mi madre lo malo que yo era. Mi madre acariciaba mi mano con mucho afecto, en sus caricias me decía “tranquilo negrito que ya te saco de acá”. Puteó a la directora mientras a esta se le caían de su boca las palabras ética y moral. Y me saco de ese colegio. A nadie le pude explicar que yo no había querido tirar a ese chico, es más, que simplemente nos estabamos peleando por que el me quería pegar, de echo me pegó, entonces yo le pegue a él, me pareció justo, y el muy torpe tropezó con otro chico, entonces calló por la escalera. Tampoco les quise hablar de que las amonestaciones anteriores eran toas por no estar en clase, nada más, y que eso era culpa de ellos, no mía, solo daban discursos en las clases, no compartían nada, no transmitían nada, solo daban discursos. Y los daban con una espada en mano, “verdad”, a mi esa espada me daba miedo, yo siempre había jugado con espadas de plástico, que se derretían al calor, pero su espada era tan sólida, tan terminante, que me daba realmente mucho miedo. En fin, chau ese colegio, chau Julián, chau directora con olor a crema. Me sentí fracasado por lo que sucedió en ese colegio, mi felicidad futura tambaleaba.
Como extrañaba mi campeonato de fútbol infantil, yo quería ser sol. Pero parece que era un ex convicto, mi madre salió a buscarme colegio con urgencia, no quería que pierda el año, pero parece que yo era un ex convicto, ningún colegio me aceptaba. Leían mi expediente y me cerraban la puerta de sus instituciones educacionales. Yo veía a mi madre correr, bañarse y salir corriendo, tomar unos mates y salir corriendo, hablar por teléfono y salir corriendo. A buscarme colegios, a su trabajo, a hacer las compras. Yo la veía correr desde mi cama, mientras rebotaba una pelota de plástico contra la pared. Realmente me había convertido en un ex convicto, en un fracasado, no quería salir a ver la gente, no era sol, ni siquiera luna. A duras penas mi madre consiguió un colegio, donde aceptaban a cualquiera, donde íbamos a parar todos los ex convictos como yo, un colegio que no le cerraba las puertas a nadie. Mi mama estaba muy contenta de que yo fuese a ese colegio. Sonreía con la boca grande, con los dientes blancos, mientras tomaba unos mates sin prisa. Yo me alegré tan solo con su alegría, por ella decidí reinsertarme en la sociedad. Así que puse lo mejor de mí y fui a ese colegio, que estaba repleto de hijos de Psicólogos. Terminé bien el año, pasé al otro año con dificultad pero pasé. Me hice amigos y enemigos, estaba otra vez en el ruedo.
Pasaron dos años y me aburrí de nuevo, la libertad que se respiraba en ese colegio llegó a ser tan impuesta, tan ley, que se volvió una prisión. Repetí tercer año. Lo empece de nuevo y lo volví a repetir. En otras casas había escuchado “estudio o trabajo”. Así que hice saber que quería trabajar. “Bueno, es tu decisión”, me dijo mi madre con la lagrima contenida.
En el trabajo me trataban mal, por que me daban dinero creían justo robarme el alma, y me la fueron robando. El mundo se volvió un lugar difícil, las personas que antes creía puras, buenas, se volvieron aves de rapiña. Todos querían plata y coger, coger y plata, poder, poder, y hacían cualquier cosa para conseguirlo. Así que no salí de mi casa por un año y medio. Miraba tele, fumaba, comía, dormía, y me preguntaba que había pasado, quien era yo realmente. Me costaba el contacto con las personas, era un fracasado, a tal punto que empece a no poder relacionarme con mis seres queridos. Me ponía colorado, los veía tan gigantes con sus logros, y yo no tenía nada para decir, no tenía logros para defender, entonces callaba y me enquistaba. Como extrañaba mi campeonato de fútbol infantil, en mi mente repasaba mis años de gloria, ya había arruinado mi futuro, con dieciocho años ya había arruinado mi futuro, así que no quedaba más que repasar mis años de gloria.
En la tele escuché a un sabio con barba larga y blanca, que decía “en la vida no tiene que encontrar lo que le gusta y hacer todo lo posible para tenerlo”. Utilicé las matemáticas que me habían enseñado para resolver el problema. Yo quiero volver al campeonato infantil – ya no soy infantil + aunque sea quiero volver como grande – no tengo novia ni proyecto de ser grande + buena apariencia tengo = Tengo que conseguir una novia para buscar ser grande y poder volver al campeonato. Y volví al ruedo, volví a la sociedad, al colegio, también trabajo. Tenía un fin, tenía un majar al cual perseguir, un dios que me guiaba. Terminé el colegio, en el trabajo me desempeñaba bien, me enamoré de una chica y ella de mí, constituimos una pareja, teníamos amigos y nos llevabamos bien con la familia. Tenía responsabilidades de adulto y cumplía bien con ellas, tenía dinero y lo sabia administrar, cuidaba a mi esposa, ya se había convertido en esposa. Nos habíamos ido a vivir juntos. Me anoté y terminé la carrera de contado, empece a tener más dinero. Viajé por el mundo, mi cerebro se expandió, mis responsabilidades crecían y yo cumplía con ellas, estaba pleno y me olvidé de mi campeonato de fútbol infantil, mis prioridades eran otras.
Pero me aburrí de la felicidad, empezó a ser tan constante, tan impuesta, tan ley, que parecía una prisión. Mi esposa también empezó a aburrirme, le daba mucha importancia a cosas que para mi no tenían mucho sentido. Empece a verla como la culpable de todo lo que no pude hacer, y la responsable de que haya hecho todo lo que hice. Me separé. En mi trabajo un cliente me dijo que necesitaba la liquidación de una cuenta para ayer, así me dijo “para ayer”, haciendo una ironía que yo entendí perfectamente, pero que fingí no entender. “Hay una cuestión espacio-temporal que no permite que cumpla con lo que me pide” le dije. Y se enojó, en la comisura de sus labios tenía algo blanco, era calvo y ojeroso, solo le importaba el dinero. “Si para mañana no tengo la liquidación no soy más su cliente”, me dijo. Yo quería jugar, estaba aburrido, así que le dije “si en treinta segundos no abandona mi despacho loe pego in tíro en la frente”, y saqué en revolver de juguete que tenía en un cajón. El tipo se fue, no quiso jugar, ninguno de mis clientes quería jugar, y me fundí.
Como extrañaba mi campeonato infantil de fútbol, ese lugar donde fui sol, donde la armonía era mi amiga y no una palabra incrustada en el diccionario.
Volví a la casa de mi madre, fracasado. Hacía algunos que otros trabajos como para aportar algo de dinero en lo de mi madre, con ex clientes que decían que me querían, pero en realidad apreciaban lo barato que cobraba las administraciones mi baja autoestima.
Luego de cuatro mese mi ex mujer me dijo que estaba embarazada, y que en pocos meses más yo iba a ser padre. Me alegré muchísimo. Mi hijo nació lindo y sano. Yo estaba muy contento. Me llego una carta documento que decía que a mi hijo solo lo podía ver tres veces a la semana, y que a mi ex le tenía que dar mucho dinero. Así que busqué y encontré clientes, me mudé solo, le daba plata a mi mujer, quería mucho a mi hijo y esperaba con ansias que entre a la escuela primaria.
Por fin llegó el momento, segundo grado de mi hijo, citación a reunión de padres, mi ex no podía asistir, fui yo. Los padres hablaban de cosas serias sobre la educación, yo me aburría, los dejaba hablar, y hasta boté algunas cosas. Terminaron de debatir, “¿queda algo más por tratar?”, dijo un padre que había tomado la palabra por que tenía el mejor traje. “!Si!, ¿cómo vamos a hacer con el equipo de fútbol de padres?”, pregunté entusiasmadísimo y todos me miraron raro. Mi felicidad estaba en juego y todos me miraron raro, una vida estaba en juego, y todos me miraron raro. “No se”, dijo el tipo de traje con cara de antifutbol, “encárguese usted si quiere”. Formé el equipo de padres, encontré a otros iguales a mi, parecía que habían esperado ese momento por años. Salimos campeones, pasaba mucho tiempo con mi hijo, yo era su ídolo, aún jugaba bien. Mi ex quería que vulva con ella, y volví para estar más con mi hijo y con ella, que realmente la extrañaba. En fin, recuperé mi trabajo, tenía una buena familia, era el encargado de deportes del colegio, en mi trabajo me iba muy bien, estaba pleno. Pero con el tiempo me empece a aburrir, todo se volvió tan constante, tan impuesto, que se volvió una celda en una prisión. Como extrañaba a mi amigo Julián, ¿dónde estaría mi amigo Julián?, me preguntaba.

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